Una Curia con «Alzheimer en el espíritu»

«Una Curia que no hace autocrítica, que no intenta mejorarse, es un cuerpo enfermo». El Papa Francisco arremetió ayer contra la corrupción en el Gobierno vaticano, desgranando en 15 «enfermedades» los males que padece la Iglesia. Y lo hizo ante los propios representantes de esa Curia romana, con los que se reunió en el tradicional encuentro que se celebra cada año para intercambiar las felicitaciones navideñas.
Sin embargo, en lugar de hacer balance del año, como suele ser habitual, el Pontífice pronunció un discurso cargado de críticas directos contra quienes utilizan su poder dentro de la Iglesia para su propio beneficio.
Así, enumeró los principales problemas a los que se enfrentan estos ministros, en un ejercicio de autocrítica especialmente relevante en este momento en el que el Gobierno de la Santa Sede se encuentra en un proceso de renovación. Ante cardenales, obispos y monseñores, Bergoglio hizo un cuidado análisis de esa «enfermedades» que se extienden en el interior de la Iglesia, como la acumulación de riqueza y bienes materiales por parte de religiosos.
Francisco recordó la anécdota de un joven jesuita que estaba preparando una mudanza. Ante la cantidad de cosas que poseía, otro jesuita más anciano le preguntó irónicamente: «¿Es esta la caballería ligera de la Iglesia?». «Nuestras mudanzas indican esta enfermedad», dijo el Pontífice.
Precisamente fue la palabra mudanza la que levantó cierta polémica al recordar, indirectamente, el inminente traslado del ex secretario de Estado Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, a un ático de más de 350 metros cuadrados en el centro de Roma; un inmueble cinco veces más grande que la austera habitación donde vive el Pontífice argentino en la residencia de Santa Marta. Según algunos analistas, las palabras de ayer ante los miembros de la Curia no dejan lugar a dudas sobre la desaprobación de Bergoglio ante este escándalo, que provocó gran malestar dentro de la Santa Sede y fue criticado abiertamente por Francisco en otras ocasiones.
En su análisis de las «enfermedades» y «tentaciones» que amenazan las estructuras del Gobierno vaticano, el Papa condenó el exhibicionismo de algunos religiosos y «la esquizofrenia existencial» de quienes viven «una doble vida fruto de la hipocresía y el vacío espiritual». Estas personas «crean su propio mundo paralelo», dijo el Pontífice, «y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta». Criticó asimismo a quienes buscan «infatigablemente multiplicar poderes», para lo que son capaces incluso de «calumniar, difamar y desacreditar a los demás». Es el «terrorismo de los chismes, de las habladurías», dijo el Pontífice: personas que se convierten en «villanos que hablan a espaldas de los demás, sembradores de cizaña y, en muchos casos, homicidas a sangre fría de los propios colegas y hermanos».
Durante su discurso, el Pontífice no evitó hablar de los lobbys que existen dentro de la Curia y sus consecuencias para el funcionamiento de los aparatos vaticanos. «Cuando la pertenencia al grupito se vuelve más fuerte que la pertenencia a Cristo», dijo el Papa, con el tiempo acaba esclavizando a sus miembros «y convirtiéndose en un cáncer».
Bergoglio no se ahorró ningún adjetivo en un duro discurso en el que condenó a los oportunistas guiados sólo «por su propio egoísmo», o el «Alzheimer espiritual» que sufren aquellos que «han perdido la memoria de su encuentro con el Señor». La indiferencia hacia los demás es otra de las enfermedades que afectan a muchos miembros de la Iglesia, según aseguró Francisco. «Cuando se pierde la sinceridad y la calidez de las relaciones humanas, cuando por celos, se siente alegría al ver que otros caen, en lugar de levantarlos y animarlos».
Pero de todas ellas, uno de los males más graves es, según Bergoglio, la de sentirse superiores, «inmortales, inmunes de defectos». Para éstos, recomendó una visita de vez en cuando a los cementerios, «donde vemos los nombres de tantas personas que se creían indispensables».
«Estas enfermedades», concluyó Francisco, no afectan sólo a la curia sino que son «un peligro para cada cristiano, cada comunidad, congregación, parroquia o movimiento eclesial».
El discurso de Francisco fue recibido con frialdad por los representantes de la Curia, víctimas y verdugos de todas esas enfermedades a las que se refirió el Pontífice y que ayer trataban de poner buena cara ante el jarro de agua fría que se les echaba encima.
Mientras, la reforma continúa a pesar de la fuerte oposición interna a la que se enfrenta el Pontífice argentino en su decisión de hacer limpieza y cambiar completamente las arcaicas estructuras sobre las que está construido el gobierno de la Santa Sede.
Soraya Melguizo Milán

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